En el año de 2003, la historiadora María Luisa Rodríguez Sala publicó el libro “Los gobernadores de las Californias, 1767-1804”, con el prólogo del doctor David Piñera Ramírez.
Tomando como antecedente la expulsión de los misioneros jesuitas y el arribo de Gaspar de Portolá como primer gobernador de las Californias, la autora hace un recuento detallado de los personajes que gobernaron las llamadas Californias—la Alta y la Baja—hasta el último en la figura de Diego de Bórica hasta el año de 1799, cuando solicitó licencia por enfermedad.
En su lugar ocupó el puesto en forma interina José Joaquín de Arrillaga, quien permaneció al frente de las Californias hasta el año de 1804 cuando se dividieron en la Alta y la Baja. Arrillaga quedó al frente de la primera y Felipe de Goicochea de la segunda.
Al respecto, dice la autora que “Fue esta situación geográfica y política la que marcó el inicio del poblamiento y desarrollo de la Alta California, que vendría a marcar su destino de asimetría económica frente a la potencialidad de un territorio mucho más rico para el desarrollo agrícola, ganadero y minero, que conformaría el auge de la actual California norteamericana”
A través del libro de Rodríguez Sala desfilan los nombres de los gobernadores a partir de Gaspar de Portolá: Lo sucedieron Matías de Armona, Felipe Barry, Felipe de Neve, Pedro Fagés, José Antonio Romeu, José Joaquín de Arrillaga y Diego de Bórica.
Por supuesto, cada uno de ellos realizó sus programas de gobierno atendiendo los requerimientos de la población y los procesos de la colonización, de las desavenencias entre el poder militar y el religioso debido a la fundación de nuevas misiones a partir de la de San Diego de Alcalá. A Felipe de Neve le tocó el cambio de la capital de las Californias de Loreto a Monterrey y la promulgación del Reglamento Provisional de las Californias.
La historia de las Californias es interesante no solamente en el periodo de la presencia de los misioneros jesuitas hasta el año de 1767, sino muchos años después tal como lo divulga la doctora Rodríguez Sala. Y también otros autores tratan esta parte de la historia como Carlos López Urrutia en su libro “El Real Ejército de California”, Antonio María Osio en su obra “The history of Alta California” y, desde luego, la “Historia de la Alta California de Pablo L. Martínez.
Este libro de don Pablo merece reeditarse. Su contenido es veraz, ya que es el resultado de una exhaustiva investigación en archivos de la unión americana, como la biblioteca Bancroft, de la universidad de California, en Berkeley. “Recorrí la entidad--dice don Pablo—durante un año, de Sur a Norte y de Este a Oeste, con el fin de captar el mayor número de datos geográficos posible, visité obras materiales, puertos, centros culturales y museos, en donde obtuve gran cantidad de material documental y gráfico, así como información en el aspecto bibliográfico, todo lo cual me resultó de inmensa utilidad”
Se ha hecho costumbre de los que escriben la historia de esta región de México, se refieran a los aconteceres de la Baja California, desde los primeros pobladores—pericúes, guaycuras, cochimíes—pasando por las primeras expediciones marítimas a partir de Hernán Cortés y la presencia de los misioneros jesuitas, franciscanos y dominicos.
A partir de esa época, la historia es un tanto desconocida en relación a los hechos relacionados con el desarrollo de lo que hoy es la California norteamericana, Una historia cuyo contexto general importa, por las consecuencias que resultaron al crearse una infraestructura más allá de la existente en la Baja California.
Es por eso de la importancia de los libros que he mencionado. Resulta interesante conocer cómo actuaron los gobernadores militares de las Californias, a partir del nuevo régimen político que sustituyó al que detentaban los misioneros jesuitas hasta el año de 1767.