La elección nacional se está moviendo.
Se rompió el congelamiento. Ocurrió por un cambio de estrategia en el cuartel del Frente Fuerza y Corazón por México, el arranque potente de oposiciones en los estados y los acontecimientos que nos llenan de oprobio cada día.
Faltas tú.
Sin una participación masiva, no lograremos frenar el impulso autoritario de este gobierno.
Tan se está cerrando la elección que el endurecimiento es notable y temible: se está generando un ambiente de terror con el propósito de inhibir el voto. Eso sólo ocurre cuando el Estado ha sido capturado, quebrado o, peor, es cómplice. La violencia política está desbocada. El ataque a los hijos de Xóchitl Gálvez se entiende sólo si la elección es competitiva. Nadie ataca a un moribundo.
La distancia entre ambas candidatas es de 12 puntos. Pero en elecciones no sólo importa la fotografía: importa la tendencia. Y en la película de las semanas se registra el estancamiento, luego el discreto descenso de Sheinbaum y un ascenso de Gálvez. Lo mismo ocurre en los estados. En Ciudad de México, Veracruz y Puebla se registra un potente crecimiento de las oposiciones. Morelos dio vuelta: ya Meza rebasó. Jalisco, Guanajuato y Yucatán registran una intención dura de voto mayoritario en favor de opositores.
La estrategia del gobierno implica fisuras graves y preocupantes. La gobernabilidad cruje con secuestros masivos en Sinaloa y Nuevo León. Guerrero está perdido. Michoacán, Zacatecas y Chiapas están a un tris de estarlo también.
¿Cuál es el segundo piso de esto? La estrategia de inhibición perforó el discurso del oficialismo.
Sólo hará sentido si el miedo gana.
La gente debe entender algo y ser valiente: una participación masiva es imparable. Lo vimos en el 94 en México. En Estados Unidos para sacar a Trump. En Ecuador, 82% tras el asesinato de Fernando Villavicencio. En Argentina, 74% para doblar al peronismo. Si la gente sale a votar masivamente, no hay forma de detenerla ni de pervertir el resultado.
Hay varios argumentos a difundir:
1. La elección presidencial no está definida. La ventaja de doce puntos es perfectamente revertible. Más, en una elección de dos. Ejemplos: Fox, remontó 26 puntos. Calderón, 14. AMLO, 17 en 2018. Hay decenas más de ejemplos estatales.
2. El plan C está en el bote de la basura. No hay forma que Morena obtenga la mayoría calificada. Que no la tenga no extingue el peligro: lo minimiza. La SCJN perderá su independencia para declarar inconstitucionalidad de leyes en diciembre. Hay que ganar las mayorías absolutas en las cámaras y al menos 17 congresos locales.
3. Los grandes estados se mueven a las oposiciones. Recuperaremos varios. Con esas palancas podemos reconfigurar al país.
Pero necesitamos que la gente vote. Debemos aumentar al menos 10 puntos de participación de 63% a 73%: son casi 10 millones de votos más en disputa.
Hablaríamos de unos 71 millones de votos emitidos. El voto duro de los partidos ronda los 38 millones. De ellos, el oficialismo tiene 20.6. Si la gente no sale a votar, el peso de esa maquinaria será aplastante. Si lo hace, hay unos 33 millones de votos más en juego. Ya será cosa nuestra que voten a favor del cambio.
Hasta hoy, cada quien está haciendo su parte. Pero sigue habiendo apatía, duda, miedo.
Me preguntan frecuentemente en mis exposiciones ¿qué garantía tenemos de que Gálvez hará un gobierno exitoso? Mi respuesta: ninguna. Pero sí tengo una garantía: Sheinbaum será un desastre porque se ha comprometido a continuar lo que hay.
Por eso, todo depende de nosotros.
Faltas tú
@fvazquezrig