El folclore del sur californiano es expresión de melancolía nutrida por la soledad del desierto, la mansedumbre del golfo de California o mar de Cortés, el paisaje primitivo y la lejanía en que por designios geológicos hubo de desarrollarse el habitante peninsular respecto al continente mexicano.
He aquí una razón fundamentalmente ecológica para comprender las manifestaciones folclóricas de la región, de las que pocas quedaron registradas en los primeros tiempos de la presencia europea durante los siglos XVI y XVII.
Fue hacia mediados del siglo XVIII cuando comenzaron a generarse las primeras formas de sociedad civil, es decir al margen de las comunidades misionales, merced al impulso que les dio la actividad minera al sur de la actual capital del Estado, y que propició consecuentemente mayor libertad en el desenvolvimiento individual y colectivo fuera de la organización utópica de la teocracia providencialista que impuso la Compañía de Jesús, de otra manera continuada por franciscanos y dominicos.
De entonces, pasando por la vida independiente, liberal y revolucionaria, es que proviene la riqueza del folclore de California Sur caracterizado en danzas, cantos, vestido, gastronomía y artesanías; en éstas participa de manera principal el bejuco, el cuero curtido o vaqueta, el hierro, el barro y la madera, así como el carey, la concha y el cuerno de vacuno.
Las conservas de fruta, los ates y dulces curtidos ocupan también sitio destacado en esta materia, así como los platillos elaborados con productos del campo y el mar, cuyo recetario se enriquece constantemente.
En cuanto a las danzas, el vestuario femenino es de tafeta, percal o popelina, en la mayoría de los casos, adornado con encajes; la falda va “hasta el huesito”. Complementan el atuendo las trenzas anudadas en la nuca y adornadas con peinetas de marcada influencia española; su calzado son botines.
El vestuario del varón se integra con pantalón de mezclilla, camisa blanca, sombrero de palma y paliacate, excepto en La Cuera.
Las más conocidas son:
El Apasionado, con clara influencia de los bailes norteños del continente mexicano, así en los pasos como en el vestuario y la coreografía.
En El Chaverán, cada uno de los participantes muestra su condición física y habilidad.
El Conejo es otro de los bailes de general aceptación en el sur de California peninsular, y se ejecuta casi siempre al final del festejo, con la participación de los asistentes.
El Tupé es danza autóctona de la zona de Migriño (delegación de Todos Santos), rescatada por la cronista Rosa María Mendoza Salgado.
La cuera es ejecutada sólo por hombres, quienes utilizan la vestimenta campirana típica de la entidad y totalmente manufacturada con piel de bovino.
La Flor de Pitahaya, de la segunda mitad del siglo XX, se interpreta sólo por mujeres que portan el traje regional del mismo nombre, representativo de Baja California Sur por ser la pitahaya un cacto abundante y cuyo fruto ha sido, desde los tiempos previrreinales, el manjar por excelencia.
Las calabazas y La suegra son danzas festivas, sin perjuicio del tono melancólico a que hicimos referencia. En el rancho, el hecho de que una muchacha se vista con indumentaria de color amarillo significa que “está dando calabazas” a su pretendiente; por tal motivo, éste debe perder toda esperanza de continuar su romance con la chica.
En cuanto a La suegra, su letra lo aclara todo: “Yo tengo a mi suegra que mucho la quiero; la tengo sentada en un hormiguero.”
La Vendimia, reciente elemento dancístico integrado al folclore regional, es originaria de la zona de Comondú, de la promotora cultural Jackeline Davis Verdugo.
La Yuca es el nombre del tubérculo componente de la riqueza espontánea del campo, que ha constituido desde siempre parte de la dieta de los californios.
Y Los Cañeros, que remeda el corte de caña en la región de Todos Santos, es creación de Néstor Agúndez Martínez, con música de Héctor Luna Puga.
El corrido ha logrado ser en California del sur un instrumento pródigamente utilizado para manifestar hechos de la vida popular. Existe una importante cantidad de ellos relacionados con los sucesos revolucionarios y posteriores de la vida rural sudcaliforniana.
El cancionero popular, por su parte, ha cumplido cabalmente su función de expresar los modos de ser, sentir, pensar y querer de los calisureños. Anualmente se efectúa en el Estado el Festival Sudcaliforniano de la Canción, que ha incrementado el acervo en este sentido.
Cada zona de la antigua California posee una tradición propia, leal a sus recursos naturales y a los requerimientos de la vida diaria: la talabartería, la cuchillería y la cestería, tanto como la vitivinicultura y la herrería tienen su propio y definido territorio, sin perjuicio de que en muchos lugares se haga casi de todo porque las distancias y las limitaciones obligan al hombre y la mujer del erial a ser autosuficientes así en subsistencia alimentaria como en los enseres necesarios y pequeños placeres de la existencia cotidiana.
Hay, pues, en el folclore sudcaliforniano, uso práctico y gusto estético con predilección por lo mejor que ofrece el solar nativo a quienes perviven sosteniendo con empeño las costumbres y tradiciones, la identidad y el orgullo regional del sur de la extensa California.