El grupo de teatro de la Universidad Autónoma de Baja California Sur hizo lo que sabe hacer en el Teatro Juárez, el pasado sábado 25 de octubre, en víspera del Día de Muertos, con la puesta en escena Sombras en el llano, homenaje al escritor mexicano Juan Rulfo.
Raymundo Ruiz, Cristhian Reyes, Luis Adrián Castro, Gabriel García, Luis González, Camila González, bajo la dirección de Alfonso Álvarez Bañuelos, ofrecieron arte en vivo.
¡Qué regalo!, literal, fue admirar la obra, porque no podría ser más perfecto: Rulfo llevado al teatro en el centenario teatro Juárez, en el Centro Histórico de La Paz, y escuchar la tercera llamada justo pasadas las siete de la noche, al lado de mi persona favorita.
El cuento “¿No oyes ladrar a los perros?” Fue la primera carta ganadora desde el principio. Un padre carga a su hijo por compromiso con su madre, y la pesada tarea se hace más pesada por la ingratitud del joven, además va a ciegas porque su hijo le tapa los ojos con sus brazos.
Cada personaje sufre por separado, pero se integran en la actuación que obliga al espectador a voltear a la izquierda para ver al hijo y a la derecha para observar al padre.
Mi hija de 14 años por primera vez visitaba el recinto y había escuchado el nombre Juan Rulfo hace tiempo; le conté que había leído que Gabriel García Márquez era fan de Rulfo.
Luego vino la representación de “Es que somos muy pobres”, aquí, ya no podía esperar por recordar el diálogo donde se menciona el nombre de la vaca Serpentina y cómo su dueña llora por ella lágrimas de arroyo, todo descrito desde la perspectiva de un niño.
Cuando tocó que Macario apareciera en el escenario, algunos de los presentes se movieron en sus butacas como buscando refugio ante las referencias de placer y sexualidad que el personaje de Rulfo parecía disfrutar de manera glotona, porque él mismo dice que nunca se le va el hambre.
El homenaje al escritor cerró con un cuento, que seré sincera no recordaba, “Paso del norte” y cuando vi que unos de los personajes usaba un pantalón de mezclilla y hablaba de cruzar pal´ Norte me hizo sentir que la obra daba un gran salto en el tiempo desde el hombre que cargaba a su hijo sin cargarlo.
El narrador con máscara que abrió el primer cuento fue una historia por sí misma y se extrañó muchas veces, como se extraña a los muertos.
Hace 30 años conocí el libro de cuentos El llano en llamas (1953), de Juan Rulfo, y a los primeros minutos de lectura pensé que me encantaría verlos representados, y mi deseo se hizo realidad.
Al final de la representación, en medio de los aplausos, le pregunté a mi hija si le había gustado, y ella me respondió “Sí, mucho, más que otras por las que hemos pagado”. Sonreí y dije que a mí también me había encantado, solo que lo único que se me hizo raro fue el olor del lugar, sería un efecto especial, o sería mi sensible nariz.