La Paz, Baja California Sur (OEM-Informex).- Cuenta la leyenda que en una de las escuelas más legendarias de la ciudad capital estudiaba un niño ejemplar que siempre obtenía las mejores calificaciones, gracias a su esfuerzo y dedicación, ya que este mismo era de escasos recursos pero siempre tenía en mente el salir adelante, además de que caminaba muchas cuadras para poder llegar día con día a su centro de estudio.
Corría el año de 1976 y todo aprecia ser un día normal de escuela y así lo fue hasta que comenzaron a caer las primeras gotas de una lluvia anunciada, el cual al paso de las horas se transformo en Huracán y que llevaba el nombre de Liza.
El niño asistió como cualquier otro día pero nunca imaginó que ese sería el último instante que pisaría físicamente el lugar donde había aprendido tanto, pues desgraciadamente el ciclón Liza le había arrebatado la vida, puesto que su familia se negó a salir del sitio donde vivían. Las pérdidas humanas fueron innumerables, es mas la cifra fueron tan alarmantes que hasta el día de hoy no hay un número específico de muertos y mucho menos una tumba donde se les recuerde.
EL PEQUEÑO HABÍA FALLECIDO
Al paso de las semanas todo parecía volver a la normalidad, las actividades diarias de trabajo y de escuela se fueron programando paulatinamente y en esos momentos muchos maestros de la escuela notaron con sentimiento que no regresaban algunos niños y niñas, pero sin duda lo que más llamo la atención era el pequeño niño que cursaba el tercer año de escuela, el que se que se robaba las miradas por su entusiasmo y su carisma.
Pero como bien dicen los niños y niñas nunca mienten, ya que algunos pequeños que cursaban el primer año de escuela decían a sus maestros y maestras que platicaban todos los días con otro niño que les decía que se le hacía tarde para entrar a su salón, hecho que se le empezó a ser extraño, pues las características físicas con las cuales era señalado no tenían cabida, pues se trataba del niño ejemplar.
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Los maestros y maestras por su parte comenzaron a sentir un poco de miedo, pues recordemos que en esa época muchas personas habían fallecido y no encontraban la paz, puesto que sus cuerpos quedaron atrapados entres los escombros y otros más fueron encontrados a la orilla del mar.
Por ello se dieron a la tarea de rezar y colocar día con día una vela blanca para que el alma del pequeño encontrara paz y aunque no era un alma mala que deambulara y asustara, si necesitaba encontrar su camino, pues aunque la escuela fuera su sitio favorito, no era el lugar indicado para estar más.
Se podría decir que las velas y los rezos funcionaron por un tiempo, pues al paso de los meses el intendente de la escuela lo veía pasar a su salón de clases y así fue por años y por décadas, hasta la fecha todavía hay quien dice haberlo visto con su libro de lecturas bajo el brazo.