El escenario de este viaje es San Ignacio, al norte de Baja California Sur, a 74 kilómetros al oeste de Santa Rosalía y a 149 kilómetros al sureste de Guerrero Negro.
Baja California Sur ha ido sembrada con el paso del tiempo por migrantes, en una extremidad de México, donde es posible, aun, conocer pueblos que evocan aquella naturaleza orgánica que solo da la pureza…pureza también de pensamiento y obra legada por los ancestros.
Vamos…
Viajamos ahora desde San Ignacio por una ruta de terracería que va sobre el Océano Pacífico, aquí hay varios ranchos como un oasis de microclimas que dan aliento de frescura sobre el desierto. Es la Esperanza.
La ganadería es el sustento de algunas de estas poblaciones, los quesos son realmente deliciosos y se hacen al día, para que el poco turismo aventurero que se detiene a pasear por aquí, los disfrute con algo de frutas exóticas nativas y se lo lleve de souvenir, para el hambre de al rato.
Las historias de los herederos Guaycuras-Cochimíes se dan al anochecer, con ese entusiasmo y acento que no han de perder, así, alejados del ajetreo de estos tiempos que les permite saborear su pasado. Escucha el murmullo de la montaña que canta.
El paisaje nos muestra las dunas que pasan por campos pesqueros, pero que nos dirigen hacia los caminos misioneros, muy apropiados en estas fechas veraniegas de fin de ciclo.
Sobre la Sierra de Guadalupe que va de frente hacia el Golfo de California, esta San José de Magdalena una comarca antigua que se aferra a la tierra y necesita ser ayudada para sobrevivir.
Algunos días a la semana, rancheros bajan de la montaña a caballo y mulas para traer carne de chiva y queso, para encontrar algunas cebollas y aceitunas y a veces naranjas aun locales.
Muy cerca se encuentra la Misión de Mulegé rodeada en su microclima muy particular, frondosa.
Tierra adentro se encuentra Loreto, que hoy está recibiendo millonarias inversiones que ojalá se proyecten en mejor calidad de vida para sus aldeanos y los alrededores; en cultura, educación y pavimentación.
Una estación de paso es y era San Miguel de Comondú,utilizado así desde 1714 por el padre Juan de Ugarte, con sus huertas que albergan la Misión de San Javier y campos ganaderos bien conocidos por su calidad en la región.
Carne tan buena como la japonesa es posible comer aquí. Disfruta.
Las uvas y los dátiles son frutas de este poblado y aun son tradición, su siembra fue creada por los Jesuitas.
La Huerta la Purísima es imperdible por sus frutales, los olores y la paz que despierta caminar por estas tierras es inolvidable en estos días de reposo sobre está ruta divina y cierta.