La Paz, Baja California Sur.- Hace poco más de 35 años Benita Sabino Morales ni siquiera se imaginaba que sería galardonada con la medalla Dionisia Villarino en 2018 y menos que estaría en La Paz, B.C.S., pues para aquel tiempo ella se encontraba en Puebla de donde es originaria, siendo víctima de violencia por parte de su pareja.
Esta situación la llevó a huir en busca de una vida llena de paz y libertad, así que con sus 4 hijos emprendió el viaje hacia Tijuana; sin embargo, al escuchar en el autobús que existía una ciudad llamada La Paz, dijo “yo quiero ir ahí”, así que llegó a La Paz, buscando la paz para sus hijos y para ella.
A partir de ahí padeció la persecución de su pareja quien la separó de sus hijos cuatro veces y tuvo que vivir una etapa de suma inestabilidad, denuncias y viajes que la llevaron a reflexionar sobre la necesidad de un albergue que apoyara a las mujeres en su condición.
GRAN CORAZÓN
Decía: “Yo voy a hacer un albergue, voy a ayudar a todas las mujeres y les voy a enseñar que podemos salir adelante”, y posterior a este difícil proceso se vio afectada por una bronquitis asmática en la que se comprometió ante Dios en hacer el albergue a cambio de que la sanara; y así fue, Benita no ha estado en un hospital desde entonces e inició su albergue apoyando a cuatro mujeres con Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), en su casa y con sus propios recursos, sin embargo la cantidad de personas que ha atendido ha crecido exponencialmente.
Poco a poco Mamá Benita se ha destacado por ser una mujer fuerte y con un enorme corazón, que ha abierto sus puertas a un sinnúmero de mujeres en situación de violencia con sus hijos, personas con discapacidad o en situación de calle, etc., consolidando el Centro de Apoyo o Albergue “Mamá Benita”.
Lo que actualmente ha logrado Benita Sabino es parte de un gran sueño que se encuentra en marcha, que es la construcción de un gran albergue lleno de talleres y de amor; para esto ya cuenta con un terreno de 2 hectáreas, sin embargo requiere arreglar los papeles para que una comunidad internacional cristiana de Rusia, quienes se comprometieron con ella, pueda iniciar con la construcción del albergue y, aunque aún no han logrado resolverlo, Benita menciona que quisiera que se agilizara y poder tener su albergue como ella lo quisiera.
Mamá Benita inició financiando este proyecto a través de la venta ambulante de productos como churros, raspados, elotes, algodones de azúcar y actualmente es a través de eso que el albergue se sostiene, “de eso vivimos”, aunque confiesa que en ocasiones la venta llega a ser muy baja; también se ayuda de las donaciones en especie que recibe de particulares, pero orgullosamente menciona la mayoría de lo que tiene el albergue ha sido gracias al trabajo de quienes ahí viven, “cuando ocupamos dinero nos ponemos a trabajar, hacemos empanadas, etc.”.
UN ALBERGUE LLENO DE AMOR
A través del rostro de los niños/as, de las instalaciones, de las mascotas, del ambiente que se percibe y de la mirada de Benita se puede sentir el abrazo y el acompañamiento que muchas personas llegan buscando, pues este lugar lo es todo para Benita, en él transformó su vida y la de cientos de personas, “amo este lugar, lo disfruto, todo lo que hago lo hago con mucho amor”.
Las personas que viven en el albergue se van agradecidas y retoman su vida, otras deciden permanecer como colaboradores del albergue en gratitud, pero nadie está a la fuerza, es un albergue de puertas abiertas, es un escalón en la vida de alguien o un proyecto de vida para otros, donde se alimentan, sobreviven, conviven, aprenden y trascienden.
También Mamá Benita, junto con voluntarios del albergue, atendía un comedor comunitario semanalmente en la colonia Márquez de León, sin embargo desde el mes de enero han empezado a hacerlo a diario, acción que beneficia a 30 niños/as ya que a pesar de que a veces se dificulta su economía consideran que la vocación del albergue siempre va a ser la de ayudar a los demás.