La península de Baja California es una travesía del alma, una franja de tierra que se extiende entre dos mares y guarda en su desierto historias milenarias, desafiando al tiempo. El viaje en auto desde Tijuana hasta Los Cabos es un recorrido antropológico, un poema que narra la esencia misma de esta tierra.
Tijuana es el crisol fronterizo…
Tijuana, ciudad de contrastes y frontera viva. Desde sus cerros hasta el océano Pacífico, el paisaje urbano se funde con el horizonte. Aquí, entre el arte callejero y la brisa salada, se abre la puerta a una aventura especial.
Tomando la carretera escénica hacia Ensenada, el camino se despliega como una terraza al mar. Los acantilados son guardianes antiguos que abrazan el océano mientras se cruzan puentes invisibles entre lo humano y lo divino. Puerto Nuevo (que por cierto es un buen vino blanco) es hogar de la deliciosa langosta legendaria, y nos marcamarca la primera parada. Este manjar, servido con tortillas de harina y arroz, recuerda que esta no solo es tierra; también es mar en toda su abundancia.
El desierto es protagonista…
Mientras la carretera transpeninsular serpentea hacia el sur, el desierto emerge en su majestuosidad. Cataviña, con sus formaciones de granito y cardones que parecen tocar el cielo, es un altar natural. Cada roca y cada cirio parecen susurrar secretos de un pasado remoto, de un tiempo donde el viento y el sol eran los únicos amos.
Guerrero Negro, la puerta al sur, es un santuario de vida. Aquí, la laguna Ojo de Liebre se convierte en escenario de una danza ancestral: las ballenas grises llegan para parir y criar a sus ballenatos -justo en estas fechasestas- criaturas, con su inmensa serenidad, son un recordatorio del poder y la belleza de la vida salvaje…
Estamos ahora en San Ignacio, un oasis escondido entre el desierto, es un remanso de frescura. Su misión jesuita del siglo XVIII, rodeada de palmeras, es un susurro del pasado colonial. Vamos a Santa Rosalía, un escenario distinto: su iglesia de hierro diseñada por el francés Gustave Eiffel y sus casas de madera son vestigios de la fiebre minera que alguna vez floreció en esta latitud.
Mulegé y la Bahía de Concepción son poemas acuáticos. Sus aguas cristalinas, rodeadas de playas solitarias, invitan al viajero a detenerse, a sumergirse en espíritu que solo el el golfo de California te desvela.
Estamos ya en espíritu …
Loreto, la primera capital de las Californias, es un tributo a la historia y la fe. La Misión de Nuestra Señora de Loreto, con su arquitectura sencilla y austera, es un recordatorio de los primeros pasos de la evangelización en estas tierras. Mientras tanto, el malecón ofrece vistas que parecen suspenderse en el tiempo.
Ahora… el camino se nos lleva hacia el sur. La Paz, con su nombre evocador, recibe al viajero con el abrazo de su mar tranquilo y su historia jesuita. Desde aquí, el tramo final hacia Los Cabos es un paraíso de paisajes.
Vamos hacia Los Cabos: el encuentro de dos mundos…
Al llegar a Los Cabos, te encuentras en la confluencia de dos océanos: el Pacífico y el mar del Golfo de California. Recibe el Arco, como un portal místico labrado por la fuerza del mar, simboliza el fin del viaje y el comienzo de una conexión más profunda con la naturaleza. Las playas doradas, las ballenas que saltan en el horizonte, los cactus que desafían al sol... todo en Los Cabos es una celebración de la resistencia y la belleza.
Travesía eterna…
Este recorrido de Tijuana a Los Cabos no es solo un viaje por carretera; es una exploración del espíritu de la península. Es una oda a sus desiertos, mares, y a las manos que han labrado su historia. Es, al final, un poema escrito en cada kilómetro, donde la naturaleza y la humanidad se entrelazan en un relato que desafía al tiempo.