/ domingo 13 de agosto de 2023

Tepoztlán, elevación surreal

Un ritual sanador envuelto en el calor del temascal, donde el vapor, perfumado con hierbas y flores selectas

Cantos ancestrales reverberan entre las antiguas tejas que adornan las casonas blancas, bien fincadas hechas de colaciones de piedras locales, un testimonio arraigado en la arquitectura robusta que ha perdurado.

"Llénate de poder…" es el mantra de este ineludible viaje hacia Tepoztlán, en el estado de Morelos, México. Un lugar donde el antiguo convento de la Natividad se yergue como una promesa de renacimiento, un santuario de esperanza en medio del bullicio citadino.

En la montaña, la temperatura baila en sintonía con los 1,700 metros sobre el nivel del mar que abraza. Un rincón a menos de 20 minutos de Cuernavaca, donde el paladar se deleita con las esencias de las nieves de frutas exóticas, evocando el sabor del campo.

La energía arrolladora de Tepoztlán, según cuentan sus peregrinos, brota tanto del alma del convento como de las almas virtuosas que transitan por sus sendas. Aunque algunos naturalistas afirman lo contrario, atribuyendo tal poder a la majestuosidad de su montaña. Si albergas temores, vigila, pues en las noches emergen cánticos insospechados entonados por seres rebosantes de luz, visitantes que irrumpen antes del alba, desafiando y explorando tu espíritu.

Descubrí que el viento verde es el acicate que agita las profundidades y la conciencia de quienes se acercan. El temascal sanador aguarda como una elección, pero demanda un momento de reflexión antes de sumergirse en él, pues desenterrarán emociones desde el fondo de tu ser.

En Tepoztlán, la belleza de los bosques y las montañas se despliega mientras se pasea por sus tres parajes naturales: el Tepozteco, Chichinautzin y el Texcal. Fue en los albores del siglo XIX que se desenterró una pirámide en la cima de este último, un recordatorio tangible de su legado prehispánico. La neblina, que en verano abraza con frescura, se transforma en un frío gélido al dar la bienvenida al año, cuando no cabe en el pueblo ni un alma mas.

Para los artistas y creadores en todas sus manifestaciones, este enclave del temascal es un atrio, el más hermoso del mundo, donde se purifican los senderos de la vida. Revueltas se escucha al fondo, con su noche Maya...

El convento de los monjes dominicos, erigido en 1570, albergó en sus dos pisos a militares en el siglo XVI bajo la orden de los españoles. Estos soldados llegaron como avanzada para imponer su religión a través de plegarias, en un siglo marcado por revueltas territoriales y sangrientos conflictos. Los dominicos, posteriormente, realizaron una expiación de comunión, un acto que denominaron "curación".

Estos frailes dominicos eran, a su vez, consumados arquitectos y planeadores. Dentro del convento-iglesia de Tepoz, como le llaman de cariño, se alza un arco y un muro que resguardan la tierra. Estos elementos se erigieron como medida de protección militar, acompañados de robustos contrafuertes.

El intrincado tallado del arco de entrada refleja los anhelos y tradiciones de este pueblo ancestral, retratando a la virgen con su niño y dos santos: santa Catalina de Siena, visionaria y teóloga de corazón, junto a dos ángeles colosales que hacen las veces de escolta. También, se encuentra santo Domingo de Guzmán junto a su perro.

En el atrio, los lugareños han añadido una decoración que emerge de la madre tierra, impregnada de semillas y elementos prehispánicos, inspirados por el legado de Diego Rivera, quien según cuentan, aún mora en esta tierra tepozteca.

Tepoztlán, un ritual sanador envuelto en el calor del temascal, donde el vapor, perfumado con hierbas y flores selectas, así como especias aromáticas, envuelve y acoge, como un vientre de barro que simboliza el primer hogar materno… ritual que infunde energía, como un impulso para el viaje largo que nos lleva al mar, a tierra firme o tal vez, hacia el cielo...

Cantos ancestrales reverberan entre las antiguas tejas que adornan las casonas blancas, bien fincadas hechas de colaciones de piedras locales, un testimonio arraigado en la arquitectura robusta que ha perdurado.

"Llénate de poder…" es el mantra de este ineludible viaje hacia Tepoztlán, en el estado de Morelos, México. Un lugar donde el antiguo convento de la Natividad se yergue como una promesa de renacimiento, un santuario de esperanza en medio del bullicio citadino.

En la montaña, la temperatura baila en sintonía con los 1,700 metros sobre el nivel del mar que abraza. Un rincón a menos de 20 minutos de Cuernavaca, donde el paladar se deleita con las esencias de las nieves de frutas exóticas, evocando el sabor del campo.

La energía arrolladora de Tepoztlán, según cuentan sus peregrinos, brota tanto del alma del convento como de las almas virtuosas que transitan por sus sendas. Aunque algunos naturalistas afirman lo contrario, atribuyendo tal poder a la majestuosidad de su montaña. Si albergas temores, vigila, pues en las noches emergen cánticos insospechados entonados por seres rebosantes de luz, visitantes que irrumpen antes del alba, desafiando y explorando tu espíritu.

Descubrí que el viento verde es el acicate que agita las profundidades y la conciencia de quienes se acercan. El temascal sanador aguarda como una elección, pero demanda un momento de reflexión antes de sumergirse en él, pues desenterrarán emociones desde el fondo de tu ser.

En Tepoztlán, la belleza de los bosques y las montañas se despliega mientras se pasea por sus tres parajes naturales: el Tepozteco, Chichinautzin y el Texcal. Fue en los albores del siglo XIX que se desenterró una pirámide en la cima de este último, un recordatorio tangible de su legado prehispánico. La neblina, que en verano abraza con frescura, se transforma en un frío gélido al dar la bienvenida al año, cuando no cabe en el pueblo ni un alma mas.

Para los artistas y creadores en todas sus manifestaciones, este enclave del temascal es un atrio, el más hermoso del mundo, donde se purifican los senderos de la vida. Revueltas se escucha al fondo, con su noche Maya...

El convento de los monjes dominicos, erigido en 1570, albergó en sus dos pisos a militares en el siglo XVI bajo la orden de los españoles. Estos soldados llegaron como avanzada para imponer su religión a través de plegarias, en un siglo marcado por revueltas territoriales y sangrientos conflictos. Los dominicos, posteriormente, realizaron una expiación de comunión, un acto que denominaron "curación".

Estos frailes dominicos eran, a su vez, consumados arquitectos y planeadores. Dentro del convento-iglesia de Tepoz, como le llaman de cariño, se alza un arco y un muro que resguardan la tierra. Estos elementos se erigieron como medida de protección militar, acompañados de robustos contrafuertes.

El intrincado tallado del arco de entrada refleja los anhelos y tradiciones de este pueblo ancestral, retratando a la virgen con su niño y dos santos: santa Catalina de Siena, visionaria y teóloga de corazón, junto a dos ángeles colosales que hacen las veces de escolta. También, se encuentra santo Domingo de Guzmán junto a su perro.

En el atrio, los lugareños han añadido una decoración que emerge de la madre tierra, impregnada de semillas y elementos prehispánicos, inspirados por el legado de Diego Rivera, quien según cuentan, aún mora en esta tierra tepozteca.

Tepoztlán, un ritual sanador envuelto en el calor del temascal, donde el vapor, perfumado con hierbas y flores selectas, así como especias aromáticas, envuelve y acoge, como un vientre de barro que simboliza el primer hogar materno… ritual que infunde energía, como un impulso para el viaje largo que nos lleva al mar, a tierra firme o tal vez, hacia el cielo...

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