Las buganvilias y los tabachines flotan en el aire como una expresión de alegría.
Estamos en Morelos.
Caminemos unidos con semáforo amarillo y sana distancia.
Venimos de Tepoztlán, que está a 25 minutos al este de Cuernavaca, pueblo pintoresco con mucho folclor, al pie de las montañas con energía intacta.
Vamos hacia sus conventos…
Una invitación permanente al ser un área colonial.
Momento de descubrimiento de nuestra herencia a través de sus símbolos.
Porque entre Cuernavaca y Zacualpan se encuentran 11 de los 14 conventos del siglo XVI que hoy son patrimonio de la humanidad por la UNESCO, se encuentran entre pueblitos a disfrutar en por lo menos en un día.
Arquitectura y artes en un plano exterior con murales y relieves de artesanía y escultura local que al mismo tiempo le dan cierto movimiento.
A saber que el buen clima de Morelos siempre ha sido un hallazgo con lo que el cuerpo se encuentra fresco, entusiasta. Un sentimiento elevado.
Por ello los españoles se asentaron aquí en el siglo XVI instalando huertos agrícolas, y azucareros, creando un todo con raíces indígenas y trozos de árbol, con el sudor del sembrador.
Hoy esos espacios de tierra y teja, son una composición de haciendas con hoteles, spas y restaurantes. Museos con elementos que interactúan, varios con cascos originales rodeados de vegetación.
La luz del sol, con las voces de sus habitantes nos lleva hacia el Sur de Cuernavaca, donde se encuentra la zona arqueológica de Xochicalco.
Lo que nos da una percepción de mundo exterior con cierta nostalgia y encuentro del alma mística.
Xochicalco quiere decir “El lugar de la casa de las flores” en náhuatl y fue declarada patrimonio de la humanidad en 1999. La pirámide que alberga y rinde tributo al Dios Quetzalcóatl, la serpiente emplumada. Su museo relata la historia que hemos de tomar en cuenta para construir, sembrar y perseverar evocando un nuevo amanecer, dejando atrás la obscuridad.