A 43 años del huracán Liza

En 1976 La Paz quedaba devastada, hubo héroes desconocidos como Víctor Manuel Ferrón

Verónica Sánchez A. | El Sudcaliforniano

  · martes 1 de octubre de 2019

En medio de la catástrofe, héroes anónimos como el señor Víctor Manuel Ferrón Zepeda, arriesgaron sus vidas para salvar la de vecinos y desconocidos, hoy una calle en la colonia Antonio Navarro Rubio, lleva su nombre. Archivo / El Sudcaliforniano

La Paz, Baja California Sur,- El 30 de septiembre de 1976 el huracán Liza impactó en la bahía de La Paz dejando a su paso una gran devastación, hasta la fecha, a 43 años del suceso, aún no hay una cifra oficial de muertos.

Todas las fuentes consultadas coinciden en evidenciar que este ciclón ha sido el peor desastre en la historia de Baja California Sur. Un artículo de 2011 en El Sudcaliforniano asegura que desapareció alrededor del 10% de la población de esta ciudad, siendo más de 7 mil muertos, aunque “hay quienes afirman que la cifra ascendió a 10 mil”.

El investigador Elino Villanueva González, en su libro El Ciclón Liza, editado por la Universidad Autónoma de BajaCalifornia Sur (UABCS), cita entre 2 mil y 5 mil, el número de víctimas.

Al respecto el mismo autor, menciona en dicha publicación: “Cuando Víctor Manuel Ferrón Zepeda descubrió, después del estruendo, que el agua se acumulaba en forma peligrosa en la casa del vecino, a donde había ido a refugiarse con su familia, tuvo la idea de bajar y romper la pared para que la corriente pudiera circular arroyo abajo y la construcción se mantuviera en pie. Lo consiguió, pero fue arrastrado varios metros, por la violencia del torrente. Como pudo logró regresar al sitio en el que ya estaban sus siete hijos y su esposa, María Oralia, pero los gritos de más y más personas pidiendo auxilio lo conmovieron y decidió seguir ayudando, a pesar de que sus piernas estaban bastante lastimadas. Arrancó la antena de televisión que tenía cercana y, extendiéndola hacia donde se escuchaban los gritos, pudo salvar a varias personas más. Por fortuna, la azotea aguantó hasta que paso el temporal y el grupo de sobrevivientes pudieron contarlo”.

Ferrón Zepeda amaba a La Paz y siempre había querido regresara vivir aquí. Durante algún tiempo residió en Guadalajara, Jalisco, por azares del destino y por su interés en prepararse para poder realizar sus sueños. Obtuvo conocimientos técnicos y su idea era fundar en la región una “Fábrica de radio" (revista Palestra No. 62 1977, p. 24. Según una entrevista a la esposa de Ferrón, María Oralia Garza, su esposo "vendió todo" en Guadalajara para venirse a vivir a BCS.

No se precisa de dónde era originario aunque algunos parientes suyos que aún residen en La Paz dicen que la familia tiene sus raíces en Veracruz. A la fecha de la tragedia tenían siete hijos entre 5 y 14 años. La familia radica en la actualidad, aparentemente, en Estados Unidos. La Cámara de Comercio de La Paz, por cierto, le tenía prometida una medalla de reconocimiento, pero se desconoce el final del asunto).

Cuando se enteró que un ciclón se aproximaba a la ciudad, imaginó el peligro y pudo convencer a gran parte de sus vecinos que dejaran sus hogares y se trasladaran a los albergues, a pesar de la renuencia de muchos de ellos. A él y a su familia también los sorprendió el estruendo por la ruptura del bordo y, por eso, cuando vieron que su casa comenzó a inundar, se refugiaron en la de un vecino, más segura, ahí fue que ayudó a muchas personas a salvar la vida. Su atrevimiento de luchar contra las aguas del arroyo rescatando a gente le provocó heridas severas en sus piernas, que se le infectaron. Pasó seis días hospitalizado en una clínica del Seguro Social, y aunque en repetidas ocasiones se quejó de la pésima atención de que era objeto en su lecho de dolor, (Revista Palestra No. 62, p. 23. Año 1977, según las versiones, los médicos no habían detectado en forma correcta el problema que tenía, y tampoco permitieron el traslado a otra clínica asegurando que "no tendría caso"), quienes lo atendían no hicieron caso a la solicitud de que fuera trasladado a otra instalación medica del país para que recibiera un mejor tratamiento y finalmente murió días mas tarde como un "héroe olvidado" de la catástrofe.

El Cabildo de La Paz asignó el nombre de Víctor Manuel Ferrón Zepeda a una calle de apenas dos cuadras en la colonia Antonio Navarro Rubio. Hay dos datos paradójicos y curiosos: esa colonia encabeza la lista de zonas de riesgo por inundaciones en la ciudad, y en su entronque con Colegio Militar, la calle Ferrón Zepeda queda frente al panteón de los San Juanes, precisamente en la parte donde están las fosas comunes con los restos de cientos de personas fallecidas durante el ciclón Liza. Elino VillanuevaGonzález, el ciclón Liza: Historia de los huracanes en BCS (LaPaz, BCS, Universidad Autónoma de Baja California Sur, 2004), p.227 p.p. 136-137.

En entrevista con el maestro Jesús Ernesto Adams Ruiz, Villanueva González, relata que al amanecer se escuchaba el rumor del agua turbia que corría cuesta abajo hacia el malecón, las calles del centro de la ciudad parecían los afluentes de un río de chocolate sin fin, la fuerza del agua arrastraba ramas, troncos de árboles, láminas, basura, etc. “Una vecina nos contó que había visto pasar una cuna con un bebé cuya velocidad impedía cualquier esfuerzo por detenerla. Todavía traía el recuerdo reciente de un estruendo cuando se empezaron a sentir los efectos del ciclón Liza. Después de una taza de café y aun sin desayunar, pasó muy temprano por la casa de mis padres, Carlos Moyron Benton, para invitar a incorporarnos a una brigada de la Asociación de Estudiantes en México, para sumarnos a las labores de búsqueda de los desaparecidos, junto a los estudiantes de la prepa Morelos.

Enseguida recorrimos varios edificios, entre ellos el estadio Arturo C. Nhal, la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, el hospital Juan María de Salvatierra, etc. En todos los lugares que visitamos observamos una incontable cantidad de cadáveres alineados, en el piso, en diferentes posturas, como los había alcanzado el rigor mortis y un rictus de desesperación en el rostro por el ahogamiento por agua, parecían las estatuas de terracota de la guardia imperial de Shihuangti, debido al lodo que cubría los cuerpos y se había secado. Había momentos en los cuales sufríamos una crisis de llanto ante el tamaño de la tragedia. También momentos en los cuales sentimos ataques de ira como sucedió cuando vimos el endeble muro de piedra y sacos de arena que servían como muro de contención de las aguas broncas que bajan de los cerros del sur de la ciudad. Alguien, algunos constructores, habían cobrado una cifra millonaria por hacer esta obra de protección. Un día después fuimos testigos de un interminable desfile de camiones de volteo llenos de cuerpos inertes sin identificación, con rumbo a la fosa común que se excavo en el panteón de los San Juanes”, concluyó.